Patrice Lumumba, un revolucionario africano
31/10/2009 — CR
Este gran dirigente revolucionario africano nació el 2 de julio de 1925 en Onalua, provincia de Kasai, antiguo Congo belga, actual República Democrática del Congo.
En la etapa colonial, Bélgica había creado en el Congo una red de puestos militares y campos de trabajos forzados. En ellos la brutalidad contra los africanos fue horripilante: en un lapso de 20 años, la población disminuyó de 25 a 15 millones de habitantes. Gracias a ello los imperialistas belgas se forraron los bolsillos con las enormes ganancias del caucho, madera y aceite de palma.
Durante la II Guerra Mundial, el Congo fue la principal fuente mundial de caucho y de minerales esenciales, como titanio y cobalto, para la máquinaria bélica imperialista. El uranio para las bombas atómicas que Estados Unidos soltó sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki provino de la mina Shinkolobwe del Congo.
Con el colonialismo emergió también un proletariado moderno, al lado de los millones de campesinos que formaban la mayoría de la población. En 1941, como consecuencia de la producción militar, había 500.000 trabajadores, la segunda concentración de proletarios del continente africano.
Los congoleños no podían estudiar en las escuelas y universidades. Antes de los años 50, solo 100 congoleños tenían educación universitaria. Los colonos aplicaban una estrategia de dividir para conquistar, fomentando enemistades entre los varios pueblos y regiones.
Siendo trabajador de Correos, Lumumba comienza a organizar un sindicato de trabajadores y es detenido y encarcelado por los colonialistas belgas en 1955. Tras su salida de la cárcel dos años más tarde, entra en relación con el movimiento independentista.
Este movimiento no había logrado forjar un partido comunista para dirigir la lucha anticolonial. Lumumba comenzó siendo un demócrata burgués que a causa del expolio colonial se fue convenciendo del comunismo como único modo de liberar a su país de la esclavitud imperialista.
En 1958 consigue agrupar a la mayoría de las fuerzas progresistas en un partido panafricanista semilegal: el Movimiento Nacional Congoleño, primer partido político de ámbito nacional, convirtiéndose rápidamente en el principal dirigente independentista del país.
El MNC se dedicó a superar las diferencias tribales y regionales y crear una organización independiente y unificada, frente a las ambiciones imperialistas de repartírselo en áreas de influencia y crear varios estados independientes.
En diciembre de aquel año, el dirigente panafricanista de Ghana, Kwame Nkrumah, celebró en Accra la Conferencia de los Pueblos de África y el movimiento de liberación congoleño estuvo representado por Lumumba. Al regresar a su país, habló ante una ingente multitud en Leopoldville (hoy Kinshasa) y, en un discurso explosivo, exigió la independencia del Congo. Acto seguido se produjeron disturbios en la ciudad. Lumumba escapó, pero fue detenido más tarde por la policía colonial y considerado responsable de los desórdenes. El gobierno colonial belga condenó a Lumumba y muchos de sus partidarios por sedición y los encerró a la cárcel. Pero Lumumba, gracias a la movilización popular, fue liberado en 1960.
Entonces viajó a Bélgica para negociar la declaración de independencia. La metrópoli convoca elecciones, que erróneamente el MNC quiso aprovechar para apoderarse del aparato colonial, las fuerzas armadas y la policía desde dentro y, una vez en el poder, acabar con la dominación belga paso a paso. El MNC esperaba que los recursos naturales enriquecieran al pueblo y que el Congo alcanzara igualdad con los demás países. Confiaba llevar a cabo una transición pacífica desde el poder colonial y no organizó unas fuerzas armadas propias para combatir a los ejércitos imperialistas. A comienzos de 1960 Lumumba dijo: En el pasado, se cometieron errores, pero ahora estamos listos a cooperar con las potencias que han estado aquí para crear un poderoso nuevo bloque. Si fracasamos, Occidente tendrá la culpa.
En la campaña electoral Lumumba se declara comunista y esta postura le vale el apoyó de las clases trabajadoras para obtener la victoria en las urnas en mayo de 1960. El 23 de junio se forma un gobierno de coalición con el traidor Joseph Kasavubu como Presidente y Lumumba como Primer Ministro, que proclamaría la independencia días después, el 1 de julio.
Era un equilibrio inestable entre los verdaderos independentistas, encabezados por Lumumba, partidarios de la unidad, y los neocolonialistas de Kasabuvu, dirigente de la ABAKO (Asociación del Bajo Congo). El plan de Kasabuvu no era mantener la unidad del país, por lo que junto con Moisés Tshombé (a quien Bélgica apoyaba), en la provincia de Katanga (hoy Shaba), pretendió convertir el nuevo Estado en una federación descentralizada en la que prevaleciesen los intereses locales. Pero Lumumba estaba resuelto a forjar un gobierno central fuerte.
El rey belga, Balduino I, fue a Leopoldville (hoy Kinshasa) a proclamar la independencia personalmente. Esperaba que sus colonos y sus secuaces locales le garantizaran un gobierno dócil a sus voraces intereses imperialistas. Pero Lumumba, el nuevo primer ministro, agarró el micrófono y le habló al pueblo congoleño sobre la terrible vida colonial y las nuevas esperanzas para el futuro y le dijo al monarca pelele: Ya no somos sus monos. El discurso escandalizó al nuevo gobierno de coalición y dejó horrorizado al rey. Lumumba dijo:
Durante los 80 años de gobierno colonial sufrimos tanto que todavía no podemos alejar las heridas de la memoria. Nos han obligado a trabajar como esclavos por salarios que ni siquiera nos permiten comer lo suficiente para ahuyentar el hambre, o vestirnos, o encontrar vivienda, o criar a nuestros hijos como los seres queridos que son. Hemos sufrido ironías, insultos y golpes día tras día sólo porque somos negros […] Las leyes de un sistema judicial que solo reconoce la ley del más fuerte nos han arrebatado las tierras. No hay igualdad; las leyes son blandas con los blancos pero crueles con los negros. Los condenados por opiniones políticas o creencias religiosas han sufrido horriblemente; exilados en su propio país, la vida ha sido peor que la muerte. En las ciudades los blancos han tenido magníficas casas y los negros destartaladas casuchas; a los negros no nos han permitido entrar al cine, los restaurantes o las tiendas para europeos; hemos tenido que viajar en las bodegas de carga o a los pies de los blancos sentados en cabinas de lujo. ¿Quién podrá olvidar las masacres de tantos de nuestros hermanos, o las celdas en que han metido a los que no se someten a la opresión y explotación? Hermanos, así ha sido nuestra vida.
Pero nosotros, los que vamos a dirigir nuestro querido país como representantes elegidos, que hemos sufrido en cuerpo y alma la opresión colonial, declaramos en voz alta que todo esto ha terminado ya. Se ha proclamado la República del Congo y nuestro país está en manos de sus propios hijos.
Las palabras sobre el pasado dieron en el blanco, pero las palabras sobre el futuro se equivocaron: el país no estaba en manos de sus hijos, sino en las de sus amos colonialistas.
El Congo es un territorio enorme estratégicamente enclavado en el corazón de África y rico en recursos naturales que los imperialistas no querían dejar escapar de sus manos. A pesar de la declaración formal de independencia, los militares belgas todavía controlaban el ejército y la policía; los grandes monopolios todavía controlaban los recursos naturales y la burocracia del Estado. Manejaban los hilos de la política interna del Congo, a través de peones como el presidente Kasavubu y el general Mobutu, hombre de los servicios secretos belgas desde su época de estudiante, y luego agente de la CIA norteamericana.
Inmediatamente después de proclamar la independencia, los imperialistas iniciaron una campaña de desestabilización. La CIA, el servicio de inteligencia belga y otras potencias trabajaban día y noche para mantener en el poder a los congoleños leales al imperialismo. Bélgica retiró a sus especialistas, tratando de provocar la parálisis del país. Promovieron la sublevación de los policías katangueños, dirigidos por Moisés Tshombé, un agente de la compañía minera belga de Katanga (Shaba) que proclamó la secesión de aquella región donde se encuentran las principales reservas mineras. Además provocaron otros movimientos secesionistas, como el del reyezuelo Alberto Kalonji Ditunga, autoproclamado Alberto I de Kassai y promovido por las sociedades mineras belgas que explotaban la extracción de diamantes. Su objetivo era dividir al país y repatírselo. Lumumba y los suyos eran el obstáculo y había que acabar con ellos a toda costa.
Con la excusa de proteger a la población belga, Bélgica envía tropas a Katanga (Shaba), intentando sostener al gobierno secesionista de Tshombé por la fuerza de sus armas.
Ante esta situación, el gobierno de Kinshasa recurrió primero a las Naciones Unidas para expulsar a los belgas y ayudar a restaurar el orden. Las tropas belgas se negaron a evacuar el país, y continuaron apoyando la secesión de Katanga. La ONU envió tropas pero éstas no sólo se negaron a intervenir en apoyo del gobierno central sino que intensificaron la desestabilización del nuevo gobierno y, finalmente, propiciaron el acoso y derribo de Lumumba.
Entonces Lumumba solicitó ayuda a la Unión Soviética y en septiembre de 1960 empezaron a llegar al Congo asesores y agentes militares soviéticos. En agosto, reunió a los principales dirigentes africanos en Kinshasa, y les pidió que unieran sus fuerzas al gobierno del Congo.
Las potencias imperialistas reaccionaron presionando al Presidente Joseph Kasavubu para que acabara con Lumumba, cosa que hizo el 5 de septiembre de 1960, destituyéndole del gobierno ilegalmente y reemplazádolo por Joseph Ileo. Pero Lumumba se negó a abandonar el cargo de primer ministro y destituyó a su vez a Kasavubu.
Los amos no estaban satisfechos; Lumumba seguía vivo y era el dirigente reconocido por las masas trabajadoras y campesinas.
En agosto el presidente de Estados Unidos, Eisenhower, dio la orden de matar a Lumumba. Uno de los asesinos enviados para la tarea fue Frank Carlucci, que sería luego secretario de Defensa de Ronald Reagan.
Allen Dulles, que estaba al frente de la CIA, envió un telegrama a su delegado en el Congo sugiriéndole que reemplazara al gobierno congoleño tan pronto como le fuera posible. El jefe de la delegación en el Congo, Lawrence Davlin, recibió órdenes de mantener en secreto el asesinato.
Patricio Lumumba, en una carta a su esposa escrita en enero de 1961, una semana antes de su asesinato, le decía: Ninguna brutalidad, maltrato o tortura me ha doblegado, porque prefiero morir con la cabeza en alto, con la fe inquebrantable y una profunda confianza en el futuro de mi país, a vivir sometido y pisoteando principios sagrados. Un día la historia nos juzgará, pero no será la historia según Bruselas, París, Washington o la ONU sino la de los países emancipados del colonialismo y sus títeres.
El 14 de septiembre, nueve días después de la destitución de Lumumba, el coronel Joseph Mobutu Sese Seko, jefe del ejército, se hace con el control político en la capital, desata una ola de represión contra las organizaciones políticas y expulsa a los técnicos soviéticos. Auténtico hombre fuerte del gobierno congoleño, antes de dos meses Mobutu había devuelto el poder a Kasavubu y se autodesignó comandante en jefe de las fuerzas armadas. Pero Lumumba seguía vivo y, con él, la esperanza para el pueblo congoleño.
El 6 de octubre Bélgica se une a los planes asesinos de los estadounidenses y el ministro de Asuntos Africanos del gobierno, Aspremont Lynden, siguiendo órdenes del primer ministro, el democristiano Gaston Eyskens, ordena en un cablegrama a Katanga eliminar definitivamente a Lumumba.
El 10 de octubre, el ejército y las tropas de la ONU le detienen, pero Lumumba logra escapar el 17 de noviembre y huir en avión hacia su principal base de apoyo en Kisangani (entonces llamada Stanleyville) en donde contaba con mayores apoyos.
Comenzó el tributo de sangre que reclamaban los imperialistas. El secretario general de la ONU, Dag Hammarskjold, concertó una reunión con Tshombé que tendría lugar en la ciudad de Ndola, en Zambia. Cuando el avión de Hammarskjold se aproximaba al aeropuerto de Ndola perdió el control y se estrelló. El secretario general pereció en el accidente.
Lumumba fue detenido de nuevo el 2 de diciembre por el ejército. Siempre con las órdenes de no intervenir, las tropas de la ONU hicieron la vista gorda cuando lo torturaron brutalmente. Más tarde se supo que se mantuvo firme durante las largas sesiones de torturas y con la moral muy elevada. Lo llevaron primero a Kinshasa, a una prisión del ejército donde lo exhibieron ante los periodistas y diplomáticos. Durante el mes siguiente lo fueron pasando de un grupo títere a otro para que lo golpearan y torturaran.
Al final lo llevaron a Katanga. Allí, en un descampado en medio de la oscura sabana, iluminado por las luces de los coches de la policía, el oficial belga Julien Gat cogió del brazo a Lumumba y lo llevó hacia un enorme árbol. El dirigente africano apenas podía caminar a causa de las torturas. Un escuadrón de ejecución formado por cuatro hombres y provisto de fusiles FAL belgas y revólveres Vigneron esperan, mientras que 20 soldados, policías, oficiales belgas y ministros katangueses observaban en silencio. El capitán belga dio la orden de disparar y una lluvia de balas acribillaron a Lumumba y a dos de sus antiguos ministros, Maurice Mpolo y Joseph Okito.
Para encubrir la verdad, un equipo de policías belgas desenterró el cadáver y lo disolvió en el ácido sulfúrico que proporcionó una compañía minera. El comisario belga Gerard Soete, que trabajaba para el régimen pelele de Katanga, confesó que le ordenaron hacer desaparecer a los fusilados. Su trabajo no fue fácil, tuvimos que despedazarlos, reconoció el verdugo. Su cuerpo fue espantosamente descuartizado para evitar su reconocimiento. Los imperialistas no querían dejar ninguna huella del crimen.
Luego vino la campaña de intoxicación en la prensa. Inicialmente, los imperialistas estadounidenses y belgas anunciaron que lo habían asesinado campesinos airados; más tarde dijeron que lo ejecutaron sus enemigos congoleños. También contaron que, estando encarcelado en Katanga, a mediados de febrero, intentó huir siendo mortalmente herido.
Pero el parlamento belga, 40 años después, admitió su responsabilidad en el asesinato en una sesión celebrado en noviembre de 2001.
Cuando lo asesinaron, Lumumba tenía 35 años y apenas había permanecido tres meses como primer ministro. Su asesinato indignó a millones de personas de todo el mundo.
Moisés Tshombé tomó las riendas de un nuevo gobierno títere y se abrió un periodo de guerra civil de cinco años en la que los imperialistas y sus sucursales locales trataron de despedazar al Congo. En 1965 lo reemplazó Mobutu, quien gobernó y saqueó el país sin piedad durante décadas en beneficio de sus amos de la metrópoli. Los imperialistas han chupado las riquezas del Congo, y sus tramoyas y rivalidades dejaron al país, una vez más, arruinado y dividido por la guerra.
Hoy, cuando el reto de la revolución y la liberación nacional se le plantea a tantos pueblos y movimientos, la historia de Patricio Lumumba nos proporciona una clara lección sobre la crueldad del imperialismo y el neocolonialismo. Los soviéticos abrieron en Moscú una universidad en su memoria para que allí pudieran estudiar los pueblos del Tercer Mundo. Y es que Lumumba sigue siendo la antorcha ardiente de todos pueblos africanos.
La continuación de la lucha revolucionaria en el Congo
Las tropas de la ONU, los mercenarios imperialistas y el ejército local trabajaron en vano para tratar de liquidar la guerrilla para siempre. Tras el asesinato de Lumumba varias fuerzas revolucionarias se agruparon en Kinshasa bajo la dirección del Viceprimer Ministro Antonio Gizenga. Pierre Mulele (antiguo ministro de Educación de Lumumba) es enviado a El Cairo como embajador de la República Popular del Congo.
Pero los neocolonialistas consiguen entrar en la capital, detener a Gizenga y dispersar a las fuerzas de liberación. No quedaba más remedio que pasar a la clandestinidad, reagruparse e iniciar una guerra prolongada revolucionaria.
Pierre Mulele se trasladó a China en marzo de 1962 para estudiar la estrategia de la guerra popular prolongada, y en julio de 1963, volvió a su Kwilu natal para organizar la guerrilla en compañía de Teodoro Bengila y Félix Mukulubundu. Casi al mismo tiempo, Gaston Sumialot y Laurent Kabila se encargan de impulsar la guerrilla en el este del país.
El 3 de octubre de 1963 Christophe Gbenye, Etienne Mbaya y Benoît Lucouyard Lukunku crean en Kinshasa el Consejo Nacional de Liberación que impulsa una insurrección contra el imperialismo y sus agentes locales, con el objetivo de instaurar en el Congo un gobierno revolucionario, nacional y popular.
Mulele hace un llamamiento para crear un partido revolucionario que encabece la lucha y consigue reclutar un fuerte ejército guerrillero, los maï-maï. Entre abril de 1964 y junio de 1965, logró controlar todo el territorio de Kwilu-Kwango, en Bandundu.
Mientras, Laurent Kabila, que también acababa de recibir formación guerrillera en China, controlaba el territorio que se extiende desde Kalemie hasta Moba en el norte de Katanga, y la zona situada entre Uvira y Fizi, en Kivu.
Ambos lograron implantar un gobierno revolucionario el 4 de agosto de 1964 en Kisangani que controlaba las tres cuartas partes del país.
Instauraron la República Popular del Congo, pero el 24 de noviembre de 1964, con el apoyo de tropas paracaidistas belgas, el gobierno pelele de Mobutu, aplasta en la operación Dragon Rouge al recién nacido gobierno revolucionario de Kisangani y las aldeas que prestaban apoyo a la guerrilla son arrasadas y miles de personas son brutalmente torturadas y asesinadas por la soldadesca de Mobutu.
A partir de entonces, Mulele comienza una guerra de guerrillas, y en la conferencia celebrada por el CNL, el 7 de abril de 1965 en El Cairo con la participación de los representantes de los países africanos progresistas, se creó el Consejo Supremo de la Revolución (integrado por 15 miembros y 3 zonas militares) cuya presidencia fue confiada a Gaston Sumialot y las dos vicepresidencias a Pierre Mulele y Laurent Kabila, mientras que Abdoulaye Yerodia Ndombasi fue elegido como presidente ejecutivo, encargado de la orientación revolucionaria del movimiento.
Mulele se traslada a Brazzaville (capital del Congo francés) para buscar apoyos exteriores a la guerrilla pero es traicionado y entregado a Kinshasa, junto con Teodoro Bengila, el 2 de octubre de 1968.
En un campamento militar mubutista le van descuartizando en vida: le extirpan los genitales, le amputan las extremidades, le arrancan la nariz, le sacan los ojos y, finalmente, arrojan sus restos, metidos en un saco, a las aguas del rio Congo. Diez años más tarde, en 1978, la madre de Mulele fue también ahorcada por soldados de Mobutu.
Por su parte, desde Tanzania, Kabila intentó organizar la contraofensiva, creando un embrión de guerrilla en el triángulo Uvira-Fizi-Baraka, donde recibió la visita del Che Guevara el 24 de abril de 1965, acompañado de 120 cubanos y 200 tutsis ruandeses que atacaron, a la demanda de Kabila, la central de Bendera. Este ataque fracasó y el 21 de noviembre del mismo año, el Che tuvo que marcharse a Kigoma, en Tanzania.
El 24 de diciembre de 1967, Kabila creó el Partido de la Revolución del Pueblo, relanzando la lucha a través del Lago Tanganika. En 1974 su frente de guerra ganó notoriedad internacional con la captura de varios estadounidenses, a los cuales canjeó por 30 militantes del Partido Revolucionario Popular que Mobutu retenía en las cárceles. Pero la persecución de Mobutu obligó a Kabila a salir del país en 1977, exilio que duró casi 20 años por varias naciones vecinas, principalmente Tanzania, desde el cual desató ofensivas importantes que culminaron con los ataques de Moba, en 1984 y 1985.
La guerrilla estuvo prácticamente paralizada durante diez años, hasta que en octubre de 1996, consiguió reunir a las fuerzas anticolonialistas en una Alianza Democrática para la Liberación del Congo, y logró el apoyo de Ruanda, Uganda y de los tutsis ruandeses asentados en el entonces Zaire y conocidos como banyamulengues.
Tras una rápida ofensiva que puso a sus tropas en solo ocho meses a las puertas de Kinshasa, Kabila logró un éxito efímero el 29 de mayo de 1997. Apenas 15 meses después, en agosto de 1998, los banyamulengues aliados con Ruanda, Uganda y los imperialistas, se volvieron contra Kabila en el este del país, lo que acabó convirtiéndose en una guerra regional al intervenir Angola, Zimbabwe y Namibia en favor del gobierno de Kabila, al que asesinaron a traición el 16 de enero de 2001.
por : Frente Negro